Arturo presenta La carta esférica
Arturo: Paco el Piloto, además de mi amigo, es un viejo marinero. Ahora está jubilado, ha tenido que vender su barco, pero navegué con él de pequeño. Es de los últimos representantes del marino portuario mediterráneo, un prototipo. Es un personaje absolutamente literario, lleno de vida, de anécdotas, de malicia, de picaresca y de buen humor, todo mezclado, y al mismo tiempo gente cabal, buena gente. Por eso lo metí tal cual en la novela, y con su apodo, el Piloto, sólo que en vez de Paco se llama Pedro. Lo puse un poco más joven, aparece con 58 o 60 años, cuando todavía era un tipo cachas, moreno, las mujeres se volvían locas por él. Entonces era el mejor bailarín que había en Cartagena.
(A Piloto) ¿cómo recuerda a Arturo?
Piloto: Un verano apareció por el muelle. Le dije: ¿dónde vas?, y él me contestó: «¿Me permite usted que suba al barco?». Súbete, le dije. Le di las explicaciones de las cosas que tiene el puerto, los barcos de guerra, los submarinos.., y un cigarrillo, el primer cigarro que él fumó. Nos hicimos muy amigos. Lo orienté también, le expliqué cómo se buceaba desde las rocas...
Sacábamos ánforas del fondo del mar. En aquella época el fondo estaba lleno de ánforas romanas, de naufragios de barcos antiguos, fenicios, griegos, cartagineses, romanos... Había que buscarse la vida, había que navegar, contrabandear un poco, trapichear con el guarda... El Piloto hacía el trabajo sucio, el trabajo duro y peligroso. Otros eran los que ganaban el dinero, pero con eso se ganaba la vida y era feliz.
Hay algo de necesidad en esta novela, tenías que contarla. Has vivido cerca del mar, y quizá ahora has tenido la necesidad de recuperarlo de forma literaria.
Esta novela era un asunto pendiente que tenía
desde hace mucho tiempo. Tenía en la cabeza una historia sobre el
mar, pero no quena escribirla porque era pronto, era joven, había
puntos de vista que quería desarrollar más, no lo tenía
claro.
Hace
tres años me puse a escribirla. Sobre todo quería meter en
ella todo lo que he leído sobre el mar, desde Homero, Apolonio de
Rodas, Los argonautas, Jasón, Ulises... Todo lo que es la memoria
del mar Mediterráneo y, al mismo tiempo, Stevenson, Conrad, Melville,
hasta Patrick O’Brian. Quería hacer una especie de gran homenaje,
de gran guiño, en el cual estuviese contemplada toda la literatura
de náutica y de aventuras del mar que había leído.
Soy lector desde los nueve años y he leído toda mi vida,
del mar he leído muchísimo. Quería que, de una u otra
forma, todo eso que conformó mi vida como escritor, como marino,
como individuo mediterráneo estuviera en la novela.
Y hay otras muchas cosas. Hay también una visión del mundo, una visión del Mediterráneo como memoria de 3.000 años. Hay un sentimiento de nostalgia por un mundo portuario que se fue y por una marina mercante que conocí en mi infancia y que ya no existe tal como es. Y sobre todo está la fascinación del enigma, el misterio del barco hundido, el secreto del tesoro, el barco desaparecido, el buque fantasma y la carta náutica que permite buscar ese barco, buscar el tesoro, buscar la solución al enigma.
Una historia va apareciendo a lo largo de la novela: una intriga histórica situada en el reinado de Carlos III en torno a un barco perdido. Es invención tuya, pero parece posible.
La intención fundamental era recordar que todavía es posible la aventura. Ahora somos escépticos, hemos visto mucha tele, estamos muy resabiados y ya no soñamos. Quería demostrar que todavía es posible encontrar el misterio y la aventura entre las páginas de un libro, en un museo, en una carta antigua, en una luz en el mar, en el fondo de una playa, que la gente que sueña todavía tiene territorios donde hacer posibles esos sueños o hacer posible la búsqueda de esos sueños.
Hay otra cosa en la novela que me apetecía mucho contar: la historia de Coy, un marino que no tiene barco, un marino desterrado del mar, un tipo que es un buen marino, que está preparado para sobrevivir en el mar pero que en tierra se siente desvalido por completo. No hay cartas náuticas para navegar en tierra. Además conoce a Tánger Soto una mujer misteriosa y peligrosa que lo lleva a una serie de conflictos. Se enamora de ella y la sigue. Pero tampoco hay cartas náuticas para navegar por una mujer. La mujer es el gran misterio, el gran enigma. Ésa es la historia, en torno a eso he construido La carta esférica.
La historia de Tánger Soto encierra un secreto. Coy no sabe muy bien qué va a pasar y se mete en un mar proceloso.
El hombre puede ser malo por ambición, por lujuria, por estupidez, por ignorancia, por muchas cosas, pero la mujer, cuando es mala, es porque no tiene retaguardia. Cuando una mujer como Tánger Soto, la protagonista de mi novela, decide luchar, pelear, ir hacia delante y conseguir su sueño, es más valiente, más dura, más peligrosa y más cruel que ningún hombre de los que conocemos. Pero es normal, la mujer es más dura peleando porque los hombres fracasamos y nos vamos con otros hombres a tomarnos unas cervezas y a consolarnos. Tánger Soto es una mujer que lucha en un mundo de hombres las con armas de los hombres. Es dura, cruel y decidida porque sabe que en el momento en que flaquee será engullida por el entorno masculino. Tiene un sueño y quiere hacerlo realidad aunque para ello tenga que pelear. Decide buscar ese barco fantasma, ese barco perdido con el que soñó desde niña.
En Coy hay una actitud de hombre solitario, de alguien que se ha encontrado bien entre los burdeles, los bares, las peleas, la amistad entre hombres... es un solitario que quizá no busca el amor y, de repente, le sorprende.
Coy vive según los códigos de una marina mercante que ya está a punto de desaparecer, al menos como él la amaba. Lo que ocurre es que conoce a una mujer y se enamora, y esa mujer lo mete en conflictos. Coy hace lo que tiene que hacer, pero sabe que hay una parte que ya depende del capricho de los dioses, como sabían los viejos navegantes de la antigüedad. Siempre me ha encantado de los marinos, sobre todo los marinos mediterráneos, esa especie de resignación o de fatalismo igual ante el éxito que ante el fracaso. Me gusta la gente que es capaz de encajar la derrota y la victoria con la misma calma.
En la novela hay personajes buenos y personajes malos. Bueno es el Piloto. Y para él son personajes inquietantes los malos, como Nino Palermo.
Sólo dos personajes son honrados: Coy y el Piloto. Después están los malos entre comillas, porque resulta que luego ningún malo es redondo. Está Nino Palermo, que es el buscador de tesoros gibraltareño, un personaje que me cae muy bien y con el que simpatizo: es un malo pero que tiene sus motivos para ser malo. En realidad, en mi novela todos tienen sus motivos para ser malos. Quizá el único malo de verdad sea Horacio Kiskoros, un argentino que fue ex marino, ex torturador en la época de la dictadura, que trabaja como sicario para Nino Palermo.
A Horacio le llamas «el enano melancólico». No haces un juicio moral contra los malos.
En mis novelas nunca incluyo malos compactos y monolíticos. En mi vida como reportero, durante esos 21 años en países en conflicto, aprendí que todos tienen motivos para hacer lo que hacen, que raro es el malo redondo. Me gusta meterme dentro de su cabeza e intentar saber por qué lo es, por qué es así y no es de otra forma, qué lo llevó por ese camino. Eso también me preocupa en la vida real, me interesa y me divierte. En mi agenda, junto a buena gente, tengo una colección de malvados donde hay de todo: torturadores, asesinos, terroristas, guerrilleros, francotiradores, delincuentes... De todos ellos aprendes siempre algo. En La carta esférica he querido reflejar que el mar es un misterio, es un peligro, es como una biblioteca.., todo está ahí: los libros que uno ha leído, los barcos en que has navegado, los puertos en los que han entrado. Por eso me gusta tanto el Mediterráneo. Cada vez que navego por ese mar, cada vez que miro un castillo cruzado, una iglesia, unos olivos, unos cipreses, un cementerio blanco o buceo y veo un ánfora, estoy recorriendo una biblioteca inmensa de 3.000 años de memoria. Quería que eso estuviera en La carta esférica. El misterio existe, el enigma existe... Todavía podemos ir en su busca.
La búsqueda que hay no sólo es la de un tesoro.
Buscar el tesoro es lo de menos. Al jugar a la Oca no disfrutas sólo con la casilla última. Lo de menos es que lleguen o no lleguen al tesoro, para eso habrá que leer la novela. Lo que ocurre es lo importante, cómo el ser humano se transforma durante la búsqueda, cómo nos justifica navegar, luchar, buscar el tesoro con el que se sueña desde niño. Ese recorrido, ese periplo, ese viaje, esa aventura nos cambia, el hombre no es el mismo cuando sale que cuando llega, se transforma en el camino. Eso es la vida. Por eso quería poner ese tesoro en la novela.
Además nos estás hablando de un mundo en extinción, quizá el Piloto también lo es.
Sí, el Piloto pertenece a un tipo de hombres que salen en mis novelas y que ya no existen, el mundo ya no los acepta como eran, por eso ha tenido que vender su barco. Tengo nostalgia de esa gente que se va e intento fijar en la novela ese mundo para que no se pierda del todo.
La novela empieza en un Museo Naval de ahora y va mirando hacia atrás, principalmente al siglo XVIII.
Para mí un museo siempre es una puerta que te lleva hacia atrás, siempre lo ha sido. Y quería meter esa puerta. La novela transcurre en la actualidad pero quería irme hacia atrás, hacia el misterio. Es así como nos metemos en la historia, en una historia que está llena de cartografía, de cosmografía de navegación. Tuve que estudiar cartografía antigua y cómo navegaba un bergantín del XVIII, además de arqueología subacuática, para poderla contar con rigor profesional. Hasta música de jazz tuve que estudiar. En esta historia, el Museo, la técnica de navegación, los astrolabios, los sextantes, los octantes han tenido mucha importancia. Ha sido un gran placer personal recorrer todos estos objetos, moverme entre maquetas de barcos, reconstruir combates navales y maniobras de vela sobre la mesa de noche con cartas náuticas. Ahora podría navegar en un bergantín y mandar las maniobras correctas, porque he pasado mucho tiempo con la cabeza a bordo de un bergantín. Para mí, que navego, haberme movido por este mundo durante tanto tiempo —he llegado hasta a navegar con cartas antiguas para ver cómo se veía la costa entonces y cómo lo hacían los navegantes antiguos— ha sido un placer tremendo. Soy de los escritores felices, no sufro delante de la hoja en blanco. Para mí escribir es disfrutar.
Si hay un siglo lleno de sorpresas ése es el XVIII, quizá sea de los peor conocidos y peor estudiados de la Historia.
El XVIII es interesantísimo, casi tanto como el XVII. Entonces el español empieza a descubrir cosas, a descubrir la ilustración, la cultura, el conocimiento, la ciencia, la técnica... Y tenemos una generación de marinos con un gran prestigio, respetados, miembros de las academias extranjeras. Todo eso se acaba en Trafalgar, Trafalgar lo barre todo. Conocía esta brillante y magnífica época como marino y como aficionado a la Historia, pero la novela me ha permitido bucear de verdad en ella, meterme en los corredores de toda esa época de esplendor naval, de ciencia y técnica.
En La carta esférica vamos del presente al pasado, del pasado volvemos al presente y también hacemos un itinerario geográfico y vital por zonas y ciudades que te gustan. De repente aparecen Cartagena de Indias o Guayaquil, una serie de ciudades portuarias que pueden ser casi paralelas.
Mis novelas siempre tienen una geografía muy precisa, cualquier lector puede recorrer las ciudades y cada sitio, cada banco. En este caso he querido hacer un recorrido por los puertos, los recuerdo cuando Coy era niño. Antes un puerto era un lugar fascinante, lleno de barcos, de gente tatuada que bajaba y hablaba lenguas extranjeras, al menos yo lo veía así cuando era niño, de tascas, de prostitu-tas, de cargadores, de pícaros, de gente que se buscaba la vida... Ahora no son más que explanadas en las que se aparcan contenedores y los barcos amarran durante tres horas para cargar y se van, cualquiera puede llevar un barco apretando botones. Toda esa vida del marino mercante que he conocido por mi familia, por mis amigos, por mí mismo cuando era pequeño, toda esa vida ya no está. Lo que he hecho ha sido recogerla y jugar con ella.
Manuel Vicent y otros escritores dicen que
contar el mar es una de las pruebas de la literatura.
El mar es muy difícil de contar porque tienes que conocerlo muy
bien. No es llegar y mirarlo, el mar es que te salpique, mojarte, bucearlo,
haber nacido y crecer a sus orillas, el mar no se improvisa. Como dice
el Piloto, es muy bonito en agosto pero los otros once meses es muy peligroso
y hay que conocerlo bien. Es evidente que para mí era más
fácil contar el mar que para alguien de Valladolid. Aunque ha habido
veces en que la escritura era demasiado personal, ha sido un esfuerzo mantener
los personajes lejos de mí, ir dándoles lo mío pero
manteniéndolos lejos para que no estar yo demasiado presente.
¿Es una novela de amor y de aventuras?
Es mucho más que una novela de amor y de aventuras. En La carta
esférica están todos mis amores y todos mis desprecios. Como
en todas las otras, aunque aquí de forma más acusada porque
el personaje y el tema me permiten marcarlo mucho más. La novela
está muy documentada, es muy compleja y tiene muchos guiños
y muchas historias, pero lo que me ha dejado satisfecho mientras trabajaba
en ella es algo más: realmente es honrada, es decir, yo veo así
la vida. A pesar de que utilizo como pantallas de ficción personajes
contrapuestos e interpuestos, realmente me comprometo, tomo partido por
aquellas cosas que amo y que detesto, me comprometo. Quizá nunca
había contado de forma tan evidente, tan clara, tan cruel y brutal
a veces, mis filias y mis fobias, mi sentido de la vida y mi sentido de
la muerte, mi sentido del amor, de la mujer, del hombre, del ser humano,
del mar, de todo... Y a través de otros, no es mi voz la que habla.
Quizá La carta esférica sea la mayor exposición en
forma escrita y ordenada de mi visión del mundo.