La carta esférica


        Entrevista de Victoria Prego a Arturo Pérez Reverte aparecida el 26 de marzo en la revista "El Semanal"


            Me recibe con una cordialidad que voy valorando a medida que le escucho. Me enseña con naturalidad una parte de su casa, aquélla en la que trabaja, en la que guarda sus libros más queridos y los que le sirven de apoyo para su trabajo. Me enseña las cartas de navegación sobre las que ha trabajado para escribir su última y apasionante novela. La carta esférica. Luego hablamos largo y tendido, sabiendo yo desde el comienzo cuál es el terreno en el que debe desarrolíarse la conversación: nada de intimidades. Aprecio por lo tanto su esfuerzo por contestar a mis preguntas, que casi nada tienen que ver con la literatura. Y, puesto que su lenguaje personal, íntimo, es mudo y se parapeta detrás de las palabras, que emplea como escudo, como buril o como florete, tomo muy buena nota del gesto de afecto y confianza que tiene conmigo antes de decirnos adiós: me presenta a su mujer y a su hija. Un honor que agradezco. «Esta novela tardé 15 meses en escribirla pero llevaba preparándola muchos años, cuatro o cinco años quizás. Normalmente, una novela la llevas contigo durante mucho tiempo, vas dándole vueltas a la cabeza y comes, bebes, lees, viajas con ella, y todo eso va tomando forma. Y hay un momento en que dices: vale, voy a hacerla, y entonces te pones a trabajar de verdad. Por eso no ha habido Alatriste este año, porque este año he estado dedicado por completo a esta novela».

        Pero va a haber Alatriste otra vez.
        Sí, sí, en noviembre o en diciembre va a a haber Alatriste.

        ¿En el campo de la literatura ha tenido alguna vez la sensación clara y neta de fracaso?
        No. No he tenido esa sensación en ninguno de los campos de mi vida. Nunca.

        ¿Se imagina como puede ser eso?
        Sí: la impotencia ante el horror. Ése es el fracaso que he conocido profesionalmente, pero no es mío. Yo he visto cosas que me han dejado gusto de fracaso en la boca, cosas que querría haber solucionado y no he podido. Hablo de Sarajevo, de Beirut, de toda mi vida como reportero. He visto muchas cosas malas e incluso yo he hecho muchas cosas malas también como reportero, cosas que no haría nunca en una vida normal, pero las he hecho como profesional porque tenía que hacer una crónica. Todos tenemos fantasmas y remordimientos en la espalda.

        Cosas que como ser humano tendría que haber hecho y dejó de hacer porque...
        Porque transmitía a las tres de la tarde, o porque perdía el satélite de las cinco. Tu sabes a que me refiero... Pero bueno, eso está ahí, yo pago mis cuentas y eso es cosa mía. Pero lo que te quería decir es que se trata de un fracaso solidario, con respecto a otros. Pero yo, como persona, nunca me he sentido fracasado, ni como reportero ni como escritor ni como nada. Lo que pasa es que cuando te sientes parte de la humanidad nunca puedes sentirte un triunfador. También es verdad que cada uno tiene sus mecanismos de defensa y de supervivencia.

        ¿Y cuáles son los suyos?
        Pues sobre todo los libros. Para mí el libro siempre fue el salvavidas. Cuando tenía problemas, cuando algo no funcionaba, agarraba un libro. También es verdad que yo soy un tío muy estable, no soy depresivo, soy muy lineal en cuanto a actitudes y en cuanto a sentimientos, y eso hace que no me sienta agobiado. Soy trabajador, soy disciplinado, soy muy de piñón fijo, siempre tengo cosas que hacer y siempre encuentro cosas que me ayudan. De todas formas tengo 48 años, dame tiempo.

        Es usted un hombre de éxito.
        No siempre lo fui.

        ¿Cuándo no?
        Hombre, cuando tenía 1 8 años no tenía éxito. Hay una cosa que sí quisiera dejar clara. Yo lo he pasado muy mal en mi vida, he luchado mucho y he corrido muchos y muy variados riesgos en mi vida, incluso físicos. He pasado muy malos ratos, y he puesto muchas veces sobre el tapete muchas cosas valiosas, y algunas las he perdido en ese proceso. He ganado otras también, pero algunas las he perdido. Desde inocencias hasta cosas personales. Es decir, que nadie me ha regalado el éxito. He pagado mis precios y como escritor también los pago: trabajo mucho, me levanto por la mañana muy temprano, hay un tipo de vida que no tengo tiempo de hacer. Lo que he tenido es la suerte de que todo ese trabajo ha valido para algo. Pero soy consciente de que es suerte. Hay un factor en esta vida que se llama azar, con el que hay que contar.

        El azar a veces está presente en sus obras y en sus escritos. Da la sensación de que cree que hay un orden... Igual me equivoco.
        Más bien un desorden.

        Un desorden ordenado.
        Sí, creo que hay un bromista cósmico, si es a lo que te refieres. Hay un canalla en algún Sitio que juega con nosotros como peones de ajedrez, alguien que nos gasta bromas de muy mal gusto. Cuando estás enamorado te estrellas con la moto; cuando estás jubilado y puedes tener una jubilación tranquila, te descubren un cáncer. Eso lo he visto con muchísima frecuencia, y quizás eso es lo que ha hecho que nunca me duerma en el éxito. Yo sé lo fácil que es: basta un pedacito de metal que se llama bala, un virus, un semáforo en rojo, para que todos tus libros ardan. Hay que vivir siempre con la lucidez de que esto es algo muy temporal, muy aleatorio, y que mañana puede cambiar. Eso ayuda a que todo esté en su sitio. O sea: está ahí pero no está contigo.

        Se mantiene ligero de equipaje.
        Claro. Vivo de esto, muy bien, pero si mañana tuviera que echar en una mochila un pasaporte, un billete de avión y coger a mi hija de una mano y a la gente que quiero de la otra, y escapar e irme a otro sitio, lo puedo hacer perfectamente. No es que desprecie el éxito, me encanta; me da libertad y me da muchas satisfacciones. Pero sé perfectamente que mañana puedo caerme a la bañera y quedarme gilipollas.

        Es muy precavido...
        Es que fui educado de pequeño para eso, para vivir con distancia la gloria y el fracaso. Cuando estaba con disenteria en un hotelucho de mala muerte en Mozambique, tirado allí, echando sangre por todos lados y diciendo, bueno, voy a morirme aquí de fiebre como un miserable, sin que nadie me suba ni aspirinas en esta pensión de mala muerte en un país de mierda, en el culo del mundo, pues me he dispuesto a morir y me he dicho: bueno, pues mañana habré muerto. Pero yo tengo la teoría de que el mundo es así. El truco está en asumirlo.

        No es fácil asumir con tanta serenidad las derrotas o el deterioro.
        Yo sé que voy a envejecer, que estas manos algún día se las comerán los gusanos, que el pelo se me va a poner blanco y se me va a caer, sé que mañana ninguna jovencita me sonreirá porque seré un viejo cochambroso; sé que gente a la que amo desaparecerá de mi vida, o yo desapareceré de la suya. Todo eso lo sé porque lo he visto y porque he estado en una escuela estupenda, 28 años de escuela de ver esas cosas. Pero también sé que cuando llegue el momento diré: ¿qué se debe, tanto...? Y ya está, como he hecho hasta ahora. Yo he pagado precios muy altos en mi vida, no te creas que nunca he pagado nada. Y siempre lo he hecho con la cabeza muy alta, siempre. Porque todo eso forma parte del personaje. Cada uno se hace un personaje, y desde luego yo me lo hice también.

        ¿Cuándo?
        Pues de pequeño, con ocho, diez, 1 2 años, porque lo había leído en los libros. Y aunque luego la vida te va modificando algunos esquemas, básicamente digamos que ese personaje tiene ya 40 años, y es tanto tiempo que ya no es ningún personaje: soy yo. Yo quería ser de mayor de una forma determinada, parecerme a unos héroes que yo tenía en la cabeza, aunque héroe no es la palabra adecuada, porque no eran héroes, eran unos modelos. Intenté ser fiel a una serie de códigos o de normas que me tracé de jovencito, ser como yo creía que debía ser uno. Y eso incluye pagar con dignidad y con consecuencia. Lo peor es ser inconsecuente. Uno puede ser un hijo de puta, pero un hijo de puta consecuente. Lo que es intolerable es que uno sea un hijo de puta inconsecuente.

        ¿Y eso qué es?
        Pues en España políticamente podría citarte unos cuantos casos. Vamos a ver, Hannibal Lecter es un hijo de puta consecuente. Yo he tenido amigos que eran auténticos canallas.

        Pero con un código, que es lo que dice siempre.
        Claro. Las reglas son importantes. Sin reglas no hay ni siquiera trampas. Las reglas son las que le dan el encanto a todo. Se trata de tener una norma, buena o mala, equivocada o no, pero tenida como referencia. Un asesino, pues que se dedique a asesinar, vale, pero el tío tiene que ser el mejor asesino del mundo; un tío que degüelle como nadie degolló jamás. Por ejemplo.

        Que luego no llore ante la justicia...
        Exacto. ¿Me van a ejecutar? Pues vale, pago mi precio. Y yo a ese tío a lo mejor no podría nunca besarlo, pero podría interesarme como personaje, podría tenerle un claro respeto.

        He leído en alguna declaración suya que no soporta a los buenos.
        No, no es que no les soporte, no. Yo tengo muchos amigos buenos y mucha gente buena a la que quiero mucho. Pero no soporto un tipo de bondad determinada. Por ejemplo, al cristiano que se deja comer por los leones en el circo, porque un tipo tiene que pelear. Yo, eso de poner la otra mejilla no lo comparto en absoluto, porque está en la naturaleza del hombre pelear y no resignarse a que te lleven como una oveja al matadero. No sólo en sentido físico, sino al matadero intelectual o al matadero político. Porque hay un montón de mataderos.

        ¿No soporta al débil?
        No, y menos al débil que llora. Pero ojo, vamos por partes, porque hay débiles que merecen mucha piedad y mucha caridad y que son amigos míos y les comprendo. Yo hablo del otro, del miserable, del que no tiene coraje para defender aquello en lo que cree, el que renuncia por cobardía: el cagao. Por eso el valor es una virtud que admiro. No hablo del valor tipo Rambo! Hablo del coraje personal, de la resistencia ante la adversidad, de defender aquello en lo que crees aunque vayas a perder. El dar ejemplo a los demás no con lo que dices, sino con tus actitudes. Estoy harto de ver gente en este país que dice lo que tenemos que hacer, pero muy poca gente se pone delante y dice: mirad como lo hago yo. Y ese es uno de los valores que yo respeto.

        ¿Y la renuncia a seguir luchando?
        Eso también lo comprendo, pero cuando has gastado los cartuchos. Mientras tengas cartuchos hay que dispararlos, después te rindes. Si no pasa nada! Nadie puede luchar eternamente. Pero mientras te queden balas tienes que seguir disparando. Es tu obligación, son las reglas. Al menos son mis reglas.

        ¿Usted nunca haría lo contrario?
        No lo sé, porque los hombres cambian en lo físico y también en el corazón. Yo he visto envejecer a gente a la que admiraba y respetaba mucho; la he visto cambiar con el tiempo. Gente elegantísima, por ejemplo, volverse viejos descuidados; gente valiente, volverse viejos cobardes; gente dura, volverse viejos llorones. Digo viejos, aunque no es la vejez, en realidad es el tiempo. imagínate un tipo que nunca ha tenido miedo a nada Y de pronto tiene un hijo y descubre qué es tener miedo. Es comprensible y es humano.

        ¿A qué cosas tiene miedo?
        A muchas cosas. Muchas no te las voy a decir ahora, porque no me apetece descubrir aquí mi corazón a nadie. Pero a algunas cosas sí que les tengo miedo: sobre todo a no tener voluntad para soportar las cosas malas.

        ¿Tiene miedo a que no le quieran?
        No.

        Mentiroso.
        No, te equivocas; ese miedo no lo tengo, porque las personas a las que quiero me van a querer. Mira, a los 48 años sabes ya muy bien quién te va a querer y quién no. Y el que no lo sepa es que no tiene nada claro en la vida.

        iCaramba! Eso sí que es meritorio.
        No es meritorio, es sentido común.

        Espere, vamos a ver si precisamos. ¿Está seguro de que las personas a las que más quiere le van a seguir queriendo toda la vida y no le van a dejar de pronto?
        Es que todos te van a dejar.

        Digo de corazon...
        Victoria, al final todos nos morimos solos, como se dice en la novela. Y en última instancia, aunque te cojan la mano, el viaje lo haces solo. Y al final, ya sé que va a sonar raro, incluso temo que a veces suene chulo, pero al final lo que te queda es lo que llevas en la mochila, lo que llevas en los bolsillos.

        ¿Cuánto tiempo ha tardado en aprender todo eso?
        Muchos años, porque yo no soy un tío monolítico, y voy evolucionando como todos. No es igual la guerra con 20 años que con 40; ni ves de la misma manera el amor con 18 que con 30. Ni siquiera ves igual a un hijo cuando tiene seis años, que cuando tiene 17.

        Parece que es hombre de más hijos. Pero sólo tiene una hija.
        De esas cosas no hablo.

        Pues no hablamos. Volvamos al libro, que me ha parecido fascinante.
        No cuentes el final.

        No se puede contar el final, éste es el
        gran drama. Pero sí podemos hablar de mujeres porque...
        No, de mujeres, no. De la mujer.

        Bueno, de esa mujer que es todas las mujeres, que lleva siglos aprendiendo, que sabe mirar después de siglos de...
        Te lo has leído, te lo has leído!

        Éste es un libro de mar, de huidas, de fracasos, de códigos, de retos y del poder de la mujer. ¿Tan inmenso te parece ese poder?
        Más que eso, lo que yo diría es que la mujer es la clave. Ésa es la única tentación de verdad intelectual, aparte de la física, a partir de cierta edad.

        ¿Puede explicar de qué tentación intelectual está hablando?
        Claro, es que para eso he escrito la novela y, así, en dos palabras... Pero es que hay preguntas sobre el mundo: ¿por qué esto es así o es asá; o por qué los hombres nacen, crecen, mueren; por qué matan, por qué hay lujuria, ambición; por qué el dinero es lo que es, por qué existe el sexo y un montón de cosas? Y de pronto uno se da cuenta de que todas esas respuestas, si uno tiene delante a la mujer adecuada (y de hecho casi toda mujer puede ser la adecuada si uno sabe mirarla) porque están todas en ella. Uno se pone a mirar, y toca, y escucha, oye, siente, huele... Y se da cuenta de que todo está ahí: en la mano, en las uñas, en la voz, en el sonido, en el sudor, en la saliva, en los ojos, y comprendes que todas esas cosas tienen su explicación. Es como una especie de enciclopedia, ¿entiendes? O al menos yo lo veo así. Por eso hablo de tentación intelectual. Si tienes la suerte de acercarte lo bastante a la mujer que representa todas esas cosas, y hablo de una cría de diez años o una anciana de 60, (no hablo de una mujer atractiva, hablo de la mujer, mi madre, mi hija, mi vecina), te das cuenta de que hay cantidad de cosas que entiendes sobre ti mismo. Miedos, soledades...

        ¿Cuándo y cómo se ha dado cuenta de todo eso?
        Con el tiempo. Todo empezó cuando empecé a observar a mi hija. Aquí si puedo hablar de mi hija, porque es verdad. Y me di cuenta de que mi hija tenía comportamientos, actitudes y palabras que no había tenido tiempo de aprender. Había cosas que no había vivido todavía y sin embargo ya las tenía. Y pensé: vamos a ver, si todavía nadie la ha engañado, nadie la ha mentido, nadie la ha besado todavía; si no conoce a ningún hombre, ¿cómo es posible que ya sepa esas cosas? Pero es que eso no venía de su aprendizaje, es que estaba en su memoria genética. Y ese día para mí fue muy importante, porque descubrí que la mujer es portadora de una serie de informaciones.

        ¿En mayor medida que los varones?
        Sí. El hombre no tuvo tiempo de eso. El hombre es el origen de buena parte de esa información, la mujer es la receptora y la analista de esa información. El hombre es demasiado estúpido, y no es que yo quiera congraciarme con las mujeres, de verdad. Es demasiado simple en cuanto a sus planteamientos: el hombre se va al fútbol o se iba a Troya. El hombre habla en voz alta, golpea, impone. El hombre es genéticamente fuerte, y eso ha limitado sus necesidades, mientras que la mujer ha sido débil. Por eso las mujeres se han limitado a quedarse mirando. Las mujeres han mirado durante siglos, y eso enseña mucho. En realidad lo importante es entender el mundo. Para mí, el desafío es asumir el mundo de forma que el mundo no te duela. Porque el mundo es muy hijo de puta, muy perro, y lo difícil es que el mundo no te duela, insertarte en él y que eso no chirrie. Formar parte de ese mundo y moverte con él hasta que desaparezcas de forma natural.

        ¿No aspira a transformarlo, como todos los hombres?
        No, no, no. Yo a lo que aspiro es a integrarme en él, a que siga girando conmigo y no me duela. Tampoco aspiro a comprenderlo, porque el mundo es incomprensible. Y en ese proceso de asumir que el mundo es como es, que el dolor, el horror y la mierda son tan del mundo como la felicidad, la alegría o la gloria, aspiro a esa serenidad que da la lucidez. Y esa lucidez es la mujer.

        También hay mujeres estúpidas.
        Pero hasta las estúpidas tienen también su información, también son poderosas. La impotencia del hombre es que únicamente puede acercarse para generar. Ella recibe y da. Él no recibe, él se acerca, entra, siembra y luego se retira y se vuelve a cazar, o a lo que sea: a Troya o al fútbol. Pero la mujer es receptáculo, vivero, fábrica, Y eso produce un proceso mental durante siglos y siglos tan depurado, que te encuentras de pronto con auténticas maravillas de decantación genética femenina. Y entonces, cuando por alguna razón la vida te pone junto a una mujer de esas que son, digamos, productos depurados de su especie, es tan extraordinario lo que hay ahí, la información, las claves, el contenido, que yo me quedo espantado.

        ¿Las ha visto?
        Las he visto.

        ¿Muchas?
        Muchas o pocas, eso es lo de menos. Pero las he visto y las veo. Las conozco.

        ¿Y cómo lo sabe?
        Porque soy un chico listo que sabe de qué esta hablando.

        La Compañía de Jesús aparece en este libro de una manera muy fascinante. ¿Está dispuesto a decir cuánto de las citas, de los textos, son reales, y cuáles no?
        [Se ríe]. No. Eso es el lector quien tiene que averiguarlo. Justamente lo divertido de la novela es jugar con la historia y con la cosa real, y meter tu contrabando falso. En mis novelas siempre lo hay, pero como mucho un 15 por ciento. Es lo divertido, respetar el cuadro y falsear algunos detalles del cuadro.

        ¿Es verosímil, por ejemplo, que la Compañía de Jesús hubiera intentado impedir su expulsión de España?
        No puedo desvelar la historia. Y tú tampoco debes desvelarla.

        No quiero hacerlo. Por eso dudo si hacerle preguntas que puedan resultar inconvenientes.
        Todo lo que sea pasar del primer capítulo es inconveniente en una novela, como norma general. Ahora, la realidad es que los miembros de la Compañía de Jesús evidentemente no sabían el golpe que iban a recibir. Pero nadie te dice que no hubieran podido saberlo.

        ¿Y está el mar?
        Eso es, eso es lo que está sobre todo. Hay gente para la que el mar es una aventura, un placer, un juego o un deporte. Para mí el mar es una forma de tener la tierra lejos. Mis novelas son el intento de unos hombres por mantener a raya un mundo que no les gusta. Ése es mi caso personal, yo lo hago por eso; porque en el mar no tropiezo con turistas japoneses, ni con guardias, ni con abogados, ni me sale Arzallus. ¿Tú sabes lo que es estar dos semanas enteras sin ver la cara de Arzalluz, te imaginas lo que es eso? No tiene precio.

        La última ¿Usted vola?
        No, nunca. No sé lo que es meter un voto en una urna. Me parece muy bien que la gente vote y no tengo nada contra eso. Es más, animo a que la gente vote. Pero yo decidí quedarme en un lado, ni arriba ni abajo, mirando. Por la misma razón, nunca jamás iré a un jurado. Prefiero ir a la cárcel, o pagar la multa, pero jamás me sentaré a ser jurado de nada. No, yo soy un tipo que mira y, si estás haciendo algo, no puedes mirar. Yo quiero mirar.
         


         


        El Semanal. Marzo de 2000.

         

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