Esta vez me gustaría dar unas pinceladas a una obra maestra como es Territorio Comanche. Y me refiero a ella como obra maestra no porque sea de una perfección literaria sin igual, sino por todo lo que ésta conlleva. No sólo es de fácil lectura, como sucede con todas sus obras, sino que se acerca al estilo de los artículos periodísticos que nos enriquecen los fines de semana. Se trata de una obra en la que nuestro Reverte saca lo más profundo de sí y lo pone a la vista de todos aquellos a los que la guerra nos queda tan tan lejos...que por más que deseemos imaginárla, sería tan dura y cruel que la acabaríamos eliminando de nuestra mente. Y me refiero a la crudeza de una guerra de verdad, con mayúsculas, no de las imágenes que a modo de videojuego nos presentan las pantallas televisivas y de las que podemos escapar en cualquier momento pulsando un simple botón.
Pero él no se detiene aquí, no nos presenta la guerra como ese algo horrible que es, sino que nos ofrece otro punto de vista. No sólo habla de muerte y destrucción, sino que nos habla de amistad. De personas y de sentimientos. Sentimientos de amor y de odio, de ternura y de ilusión, de esperanza y de deseos como el que sentía Márquez por su puente. Juega un poco con la muerte, hace bromas con ella e incluso se permite reirse de los muertos como Sexsymbol. Pero ésto sólo lo puede hacer alguien que ha sido capaz de ganarle a la muerte cuando ésta le tuvo en jaque-mate.
Realmente es una novela excepcional e incluso se podría decir que consiguió salir victoriosa de su adaptación al mundo cinematográfico, teniendo en cuenta que, a pesar de reconocerme cinéfila empedernida, he de reconocer que el cine siempre es cine y tiene que "adaptar" ciertos elementos como sucede con el personaje de Laura. Pero a pesar de todo, hay que felicitar a los actores por su interpretación y sobre todo agradecer ese decorado real que nos permitió sentir más cerca lo que quería mostrar.
Me gustaría acabar
con un comentario que hizo el propio Pérez-Reverte sobre esta adaptación
cinematográfica de su obra Territorio Comanche y con el que estoy
segura que no habría sido necesario comentario alguno por mi parte:
"Ninguna película
es nunca tu historia, ni la que has escrito ni la que has vivido. Hay cosas
que te gustan más, otras menos y otras nada. Sin embargo, a pesar
de todo eso, a veces una película consigue recuperar, o construir,
algo que merece la pena. En el caso de Territorio Comanche ha sido así.
Se trata de una película voluntariamente seca y dura, fría,
con ninguna concesión a la retórica fácil, las pseudocoartadas
morales ni los efectos sentimentales que solemos encontrar en las películas
sobre reporteros de guerra. Territorio Comanche es una simple historia
de amistad y de trabajo en un lugar difícil, en un mundo difícil,
entre gente que se dedica a la difícil tarea de contar para espectadores
lejanos una guerra que desde Troya a Sarajevo siempre fue la misma. Una
guerra que, a pesar de sus crónicas diarias y la crudeza de sus
imágenes, esos hombre y esa mujeres, los periodistas que cubren
conflictos bélicos saben por experiencia que seguirá siendo
siempre la misma guerra, sin que eso altere, salvo por unos minutos de
telediario, el pulso de la gente. En Territorio Comanche, hasta los colores,
fríos y grises, corresponden a la mirada deseperanzada y lúcida
con que realmente ves la guerra cuando estás metido en ella; y logran
crear de un modo bastante fiel, tratándose del cine, el modo en
el que trabajan los reporteros profesionales. Creo que Carmelo, Imanol
y los otros, encarnan con suficiente credibilidad la mirada de quienes
viven el horror sabiendo que nada, ni siquiera su trabajo, podrá
impedir que el hombre siga matándose hasta la consumación
de los tiempos. Precisamente la toma de partido de Gerardo Herrero es esa:
la áspera sequedad de una trama y unas imágenes más
elocuentes que un discurso, una lágrima o una bandera. Por supuesto,
no faltarán algunos imbéciles que lamenten en esta película
la ausencia de demagogia al uso, camuflada de compromisos morales o éticos,
de hermanitas de la caridad travestidas de periodistas filántropos
que viven y mueren por la solidaridad, la paz y el progreso, en vez de
profesionales que se limitaban a hacer su trabajo lo mejor que podían,
a cambio de un sueldo y de una cierta idea del mundo y de sí mismos.
Pero da igual. Ellos nunca fueron reporteros, ni estuvieron allí.
Ni les mataron, trabajando, a cincuenta y dos compañeros".