“Sobre
la ciudad del dios distinto” |
Sábado, 7 de marzo de 2010
Pilar Vera
Arturo Pérez-Reverte y Oscar Lobato desentrañaron las claves de 'El asedio' en el Palacio de Congresos. "Es falso que el gaditano fuera especialmente culto, lo que fue es especialmente abierto", afirmó su autor
En esta ocasión, fue en torno a una botella de manzanilla. Arturo Pérez-Reverte y Oscar Lobato volvieron a juntarse para hablar de la última novela del cartagenero. Ya hace un mes, El asedio (Alfaguara) se situaba en los primeros puestos del sistema de preventa y tanto su aparición en las librerías como su presentación oficial han copado, en los últimos días, titulares e informativos.
Ayer, Pérez-Reverte desvelaba los engranajes de una novela en la que da la impresión de haber disfrutado con saña. Habla con su compañero de ceremonias y parece que se le escapen confidencias: "Hacía mucho tiempo que quería meter en una historia un taxidermista", o "Me colocaba en los puntos dónde caían las bombas, he podido pasar una hora imaginando bombardeos", o "Iba reconstruyendo los cafés y los comercios a partir de partes y notas de prensa", o "A veces nombro las calles con el nomenclátor de la época", afirma para decir, poco después -refiriéndose a Obispo Urquinaona-: "Fumagal vivía por la calle de las Escuelas, en la Catedral... ¿Cómo se llama ahora?".
Pérez-Reverte, picaíto de lo suyo. Como en tantos de sus títulos, la labor de documentación se adivina apabullante: "El tener que sumergirte en cómo era la ciencia de la época ha sido un desafío muy interesante -explica-. Y preguntarse cómo se teñía el pelo la gente o cómo hacían el jabón".
¿Qué es lo que pretendía hacer Pérez-Reverte cuando comenzó El asedio? Pues desarrollar la idea que sugería en El pintor de batallas: la ciudad como lugar de amenaza y refugio. Y Cádiz, para semejantes intenciones, resultó ser un enclave muy agradecido: "La ciudad tiene una geología peculiar, un arrecife, vivió un asedio, representaba a una España distinta, era puente con América... -explica el escritor-. Con la ventaja de que el viejo Cádiz coincide casi exactamente con el actual".
Y era, además, la ciudad más moderna del país: su 'aristocracia' era una talasocracia comercial, que creaba riqueza y viajaba: "En Cádiz entraban libros, ideas... pero es falso que el gaditano fuera especialmente culto. Lo que sí fue es especialmente abierto", indica.
"En la Guerra de Independencia nos equivocamos de enemigo -comenta Pérez-Reverte, tentando el tema de la guillotina-. Nos faltó, en el momento justo, una guillotina instalada en la Puerta del Sol que hubiera pasado por la cuchilla a un montón de gente, obligando a muchos a ser libres a su pesar. España permaneció atrincherada en una nobleza ociosa, con sus reyes estúpidos y crueles y un clero que ha supuesto, con excepciones, una cárcel para las ideas".
Precisamente, la protagonista femenina de El asedio, Lolita Palma, representa el Cádiz de aquel periodo. No es un anacronismo, sin embargo: no es una feminista adelantada a su época, sino una mujer de su tiempo, "aceptada en lo posible por su sociedad, como tantas huérfanas y viudas que, en ausencia del varón, se hacían cargo del negocio familiar".
"Su historia de amor imposible con el corsario Pepe Lobo -apunta Arturo Pérez-Reverte- sería como ver juntos, hoy en día, a Alicia Koplowitz y Cayetano Rivera. Y él es el héroe cansado y lúcido que descubre que aún quedan causas por las que luchar".
La trama de misterio -una serie de asesinatos que se van cometiendo cerca de donde caen las bombas- ha de resolverla el comisario Rogelio. Un personaje que despierta de todo menos empatía: "Es un hijo de puta, brutal, violador, corrupto... -comenta el autor-. A lo largo de la novela, sin embargo, el lector llega a comprender, en cierta medida, por qué es así. Rogelio Tizón sabe que esas modas constitucionalistas que ahora le coartan terminarán pasando, y el mundo volverá a ser ese lugar sin ley al que él está acostumbrado".
"La brutalidad de los crímenes que aparecen en la historia pretende recoger, precisamente, esa idea de que el mundo es un lugar cruel e implacable -se explica Pérez-Reverte-. Los asesinatos muestran un celo tremendo a la hora de cumplir con la cruel aleatoriedad del Universo".
Pérez-Reverte habla con cariño de sus personajes. De Simón Desfosseux, el artillero francés que adelanta la guerra científica y deshumanizada del futuro, del taxidermista Gregorio Fumagal, que leía a los ilustrados y detestaba al ser humano o del salinero Felipe Mojarra, representante del "español de toda la vida, que ve cómo es manipulado por todos", ejemplo de "esa gente inculta por la que todos hablaban y que todos olvidaban" porque "la Constitución de 1812 la redactaron militares, clérigos, niños pijos y abogados. Para lo único que les servía el pueblo era de argumento".
"España -prosigue- se equivocó de Dios en el Concilio de Trento. Escogió a un Dios oscuro, serio, triste, que anulaba las vidas e ideas de los hombres, frente al Dios de los protestantes, que permitía que las ideas se intercambiaran... Esa opción por el Dios reaccionario nos marcó para siempre, pero parecía que aquí, en Cádiz, se adoraba al otro Dios".
Por supuesto.
Porque si uno rasca un poco, tras las nieblas y la arena, Melkart
no queda muy lejos.